Cuando Mauro von Siebenthal llegó a Chile de vacaciones entendió, al poco andar, el gran potencial vitivinícola que tenía el país. Por eso, este abogado suizo de, en ese entonces 40 años, decidió inmediatamente embarcarse en una aventura que le daría un vuelco a su vida. Al regresar a Suiza lo hizo con 11 hectáreas a su haber de lo que era el comienzo de ese sueño que lo llevaría por nuevos caminos. Era 1998 y, gracias a la ayuda financiera de cuatro amigos, estaba cumpliendo su anhelo de tener un terreno para poder empezar a producir sus propios vinos.
Panquehue, en el valle de Aconcagua, fue el lugar que escogió para fundar viña von Siebenthal, la cual este 2023 cumple 25 años de trayectoria, y lo hace con ya 29 hectáreas en producción y 170 mil botellas al año, de las cuales el 40% se queda en Chile y el resto se exporta a 31 países. “En el primer viaje compré la parcela 7 [que le da nombre a uno de sus vinos]. En esa época estaban pensando lo mismo Lapostolle y el proyecto Alma Viva. Comprendimos que era momento de descubrir la tremenda calidad de Chile”, relata Mauro von Siebenthal, mientras en su mano sostiene una copa de su vino ícono: Tatay de Cristóbal.

Este vino posee como columna vertebral a la variedad Carmenere, que nace de parras que penetran un suelo aluvial [desarrollado con el paso del tiempo como resultado de aluviones], calcáreo [que contiene óxido de calcio o cal], rico en arcilla y restos de turba. En tanto, su nombre busca hacer la unión entre el Viejo y Nuevo Mundo, aludiendo a Cristóbal Colón y a Tatay, que significa antepasado en mapudungun, lengua de los Mapuches, pueblo originario del país.
La Carmenere es fascinante, pero hay que tener paciencia, necesita mucho más tiempo que un Cabernet Sauvignon. Haberla plantado fue casualidad. En ese momento se sabía muy poco con respecto a ella y es una variedad muy plástica, en el sentido que se da en casi todos los suelos, pero allá donde la plantamos no quería, no había indicios de frutas. Pasaron años y la planta no tenía la fuerza de pasar del follaje a la fruta y todos decían que injertara o la abandonara, pero fue cosa de paciencia. Dije, 'veamos qué pasa'. Fue al cuarto o quinto año que dio unos racimos como una perita, cuando normalmente son racimos grandes. Lo probé y entendí lo que venía”.
Hasta el 2007 esta cepa la vinificaban y la utilizaban en un blend de la viña, Montelíg, algo que se mantiene hasta el día de hoy. Sin embargo, fue a partir de ese año que Mauro decidió embotellarla sola. Así nació Tatay de Cristóbal, un vino que durante una década fue el más caro de Chile, mientras que hoy está dentro de los dos primeros con un valor que sobrepasa los 350.000 pesos chilenos.

De un color rubí cautivante y una nariz elegante con una fruta presente, que también se siente en boca, y una delicada nota a cuero es esta añada 2011, que posee además una sutil capa herbal. Taninos delicados, potentes y aterciopelados caracterizan a este vino de largo final que posee unos 24 meses de guarda en barrica y otros 18, al menos, en botella.
“Tiene una personalidad bastante única. Al segundo sorbo empieza a aparecer su fuerza delicada, que es larga en boca. Honestamente es extraordinario y yo he probado muchos vinos alrededor del mundo. Este equilibrio entre delicadeza, fuerza y persistencia, francamente, no lo he encontrado nunca. Ya lo quisieran en los vinos más reconocidos de Burdeos. Hay un criterio para decir cuando se trata de un gran vino y es esta combinación de elegancia, profundidad y verticalidad del vino, la duración en boca, unos taninos que tienen que ser finísimos, no gruesos y feroces. Los franceses son felices cuando el final es largo, que llega a 10 segundos, este dura más de un minuto”, sentencia Mauro mientras vuelve a dar vuelta la copa que tiene en su mano y luego la lleva a su boca, al tiempo que con la otra sostiene, con delicadeza, pero determinación, una botella de Tatay de Cristóbal, como de quien sabe que entre sus manos tiene un gran tesoro. ☆ LO.
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