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#OPINALO – Decisión de consumo: un arma de cambio

La revolución está en nuestras manos, la de los consumidores. El problema es lo poco conscientes que somos de lo importante que son nuestras elecciones de compras. Por eso, hoy la pregunta podría ser: dime qué adquieres y te diré qué tipo de mundo es el que quieres.
EN LA MESA

Casi nada es como antes. Una premisa cargada de nostalgia que no tiene por qué tener una connotación negativa, aunque muchas veces así es. Para los de la Generación X y ciertos Millennials esta frase es muy potente y representativa considerando que hemos sido de los más expuestos a vertiginosas transformaciones en muy poco tiempo: de los cassettes pasamos al Youtube y Spotify, del video a plataformas, de comprar en un negocio alguna prenda que duraba años a un clic para adquirir lo que está de moda y que quizás sobrevive a un par de lavados.

Los ejemplos suman y siguen, así como el listado de las implicancias de cada uno. Y es que en un mundo donde la inmediatez es oro, siendo una de las bases de la Inteligencia Artificial; la competitividad de precios cada vez más feroz entre un clic y otro, sustento de tantas aplicaciones; y lo desechable una premisa, donde no se piensa en segundas oportunidades; la escala de valoración también ha cambiado ¿A qué le damos valor? Es la gran pregunta ¿Por qué productos estamos dispuestos a pagar? Es la que le sigue ¿Y cuánto? El broche de cierre.

Y es precisamente aquí, al redefinir lo que valoramos, donde los consumidores tenemos el poder en nuestras manos, siendo esa una potente arma de cambio. El gran problema es la poca conciencia y cuestionamiento que existe sobre algunas de nuestras decisiones de compra, el estado de embrujo que caemos ante la inmediatez, y la miopía de no ver el valor real detrás de lo personalizado o artesanal, el que no es regateable. Es importante entender que el precio de ciertos productos responde a tiempos, técnicas, ingredientes y trabajo que no se puede replicar a gran escala como es un pan de masa madre con un proceso de fermentación que toma horas, un cocktail con insumos desarrollados específicamente para lograr sabores y texturas, o una cerveza artesanal que se abre camino en una industria llena de gigantes. Todo esto mientras la tentación está ahí. En el celular. A un solo clic. A una rebaja. A un botón de estar en una imaginaria sintonía con otras personas. Y todos, con más o menos culpa, hemos caído.

Los consumidores también somos responsables de la valorización de rituales. Incluso, que algunos queden en extinción. El ir a la feria o al mercado, que en gran medida ya fue cambiado por el supermercado ahora está siendo reemplazado por pedir a través del celular, y en esa ilusión, y también realidad, que nos venden de que estamos ahorrando tiempo se nos está diluyendo la oportunidad de vivir una experiencia: salir y experimentar aromas, colores y sabores, tener la posibilidad de saber de dónde viene lo que compramos y, que posteriormente, también comemos para, idealmente, alimentarnos. Y, de paso, nutrirnos con una conversación banal de barrio.

Por eso, hoy emociona cuando un tomate sabe a eso, o una naranja tiene ese jugo de antaño. Lo que antes era una premisa hoy se vive como un lujo. Y es ahí cuando se prenden las alarmas y algo indica que el camino ha perdido el rumbo. Pero también es donde está la posibilidad. Es cuando el consumidor tiene el poder de generar cambios y contribuir con que ciertos hábitos y oficios no mueran. Incluso, adquieran valor y tomen un sitial.

El Gobierno de Chile nombró el 2011 como Tesoros Humanos Vivos a un grupo de cultores de sal de mar de la Cooperativa Campesina de Salineros Cahuil, Barrancas y la Villa, en la región del Libertador Bernardo O’Higgins, por sostener y desarrollar este oficio artesanal que se practica desde hace siglos. La disminución de salineros se debe a varios factores, como la dificultad del trabajo, la competencia con la sal industrializada y la falta de relevo generacional ante una ciudad que se aprecia seductora con sus infinitas posibilidades ¿Cómo poder juzgar? 

Problemáticas como ésta trascienden la frontera. En Socotá, un municipio del departamento de Boyacá, están los últimos molinos de agua de Colombia usados para hacer harina. Jeferson García, chef del restaurante Afluente, cuenta que quedan a lo más cinco, de los cuales solo dos están operativos, pues de ellos se abastece. Según estima, puede que se acaben en poco tiempo cuando las personas a cargo, de unos 60 años, dejen de trabajarlos, dado que sus hijos no están tomando el relevo.

Si aplicamos una encuesta de seguro la mayoría no quiere que oficios artesanales, parte del patrimonio cultural y gastronómico, se pierdan. Ahora la gran pregunta: ¿qué hace cada uno para revertir eso?

Y es así. Las tradiciones se diluyen en un mundo cada vez más rápido, donde pasamos gran parte del tiempo en piloto automático con una necesidad apremiante de urgencia y la sensación de tener cada vez menos horas disponibles en el día. Lo cierto, es que lo único constante que tenemos es el cambio. Por eso, lo importante sería preguntarse si es el que queremos y qué estamos haciendo al respecto. El despertar de conciencia como consumidor, desde estar informado sobre el producto en sí hasta saber por qué compro qué y dónde, puede ser el primer paso de esta silenciosa, pero necesaria, revolución. ☆ LO.

IMG + TXT ©️ / Octubre 2025

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