Un frío penetrante, muy diferente al que estaba acostumbrada, más un aroma a leña que envolvía la ciudad. Ese era el recuerdo que Isabel Clares tenía de la última vez que había ido a Mendoza en invierno. De eso, ya muchos años. Hoy, se encontró con un frío similar, aunque más rudo del que tenía grabado en la memoria de su piel. El olor de las estufas y chimeneas a la antigua ya no estaba, aunque a ratos le llegaban ciertas reminiscencias de gas.
Lo que sí había olvidado es lo linda que se ve la cordillera desde el otro lado. Más si está nevada. Una perspectiva diferente al enfoque chileno, pues desde la ciudad argentina se distinguen las cumbres del Tupungato y del Tupungatito, no así la famosa Aconcagua, la más alta de Los Andes. Dependiendo del ángulo, la antesala pueden ser muchas construcciones de poca altura, o algunas extensas capas de verde amarillento, dentro de las cuales de seguro hay viñedos, esos que le han dado fama a la ciudad por su Malbec, aunque hay varias otras joyas, como Cabernet Franc, Criolla y Semillón. Pero eso parece ser aún un secreto a media voz, por descubrir.
A pesar que han pasado dos décadas de ese invierno, y unos ocho desde su última visita, la ciudad conserva su ritmo, tan alejado a lo frenético de las grandes ciudades. Acá la siesta sigue siendo sagrada. Incluso, varios se jactan de eso. Al menos, así se lee en algunos mensajes con tiza dejados en carteles en las calles de la que fue escogida como una de las diez ‘Ciudades Favoritas de América Central y del Sur’, según los World’s Best Awards, de Travel + Leisure. Por eso, el comercio cierra a la hora de almuerzo para reabrir más tarde.
Para qué decir qué pasa los sábados y domingos. Una languidez que también alcanza al mendocino, quien si bien tiene una atención amable, suele ser muy lenta. Sin embargo, esa es parte de la impronta de la ciudad, la que se ha modernizado y adquirido más vida en el último tiempo. Apreciación similar tiene la chilena Maricarmen Flores después de 17 años sin visitar este pedazo de Argentina.
En ese entonces venía con intereses muy distintos a los de este viaje. En esta oportunidad la encontré mucho más entretenida e interesante. Me encantó la cantidad de tiendas de vino, el enoturismo, la diversidad gastronómica; la gente súper atenta. Me llamó mucho la atención lo limpia que está la ciudad y que casi no vi perros callejeros, eso me dio mucho gusto”.
La Peatonal Sarmiento es un recorrido prácticamente obligatorio, por lo que suele ser uno de los lugares más concurridos. A lo lejos se escucha un tango y se ve a una pareja, debidamente vestida, bailando esa tradicional danza argentina. Algunos se detienen, otros graban con el celular, otros siguen mirando las diversas vitrinas, ya sea de vinos, ropa o de alfajores, un clásico souvenir.
Varias plazas se encuentran en los alrededores. La más grande es Independencia, donde además de artesanía local, donde prima el cuero y las joyas, también se pueden disfrutar de actividades musicales que a veces se montan en ese espacio que sirve de punto de encuentro para jóvenes y familias.
“Para quienes quieren salir del recorrido turístico convencional le recomendaría caminar y pasear por el centro de la ciudad y vitrinear sus tiendas y locales. Disfrutar de un buen helado en algunas de las típicas y exquisitas heladerías mendocinas, como la que tiene mi familia en avenida Bandera de Los Andes. Caminar por la avenida San Martín y apreciar su linda arquitectura residencial para rematar en el gran portón de acceso del maravilloso parque del mismo nombre y recorrerlo entero con sus lagunas, cerros, zoológico al aire libre y áreas verdes para disfrutar de un buen mate y visualizar la antesala a la gran cordillera de Los Andes”.
Su vida nocturna también tiene su atractivo y muestra de ello es el paseo Arístides, donde hay muchos pubs en los que predomina el 2×1 y, a ratos, el reggaeton, algo que podría recordar al otrora Suecia o Bellavista santiaguino. A esto se suma un par de birrerías y ciertos restaurantes con el asado a la vista. El público es variopinto, por lo que se puede ver a jóvenes, adultos y familias disfrutando por igual.
Pero no todo está concentrado acá, dado que hay otros bares algo más distantes entre sí con una onda particular, como el The Garnish Bar, de un ambiente sofisticado, donde se puede beber un buen Negroni o Penicillin, o la La Central, vermutería en la que se ven desde familias hasta parejas o personas solas en la barra comiendo y bebiendo, por lo general, el centro de la propuesta: el vermut.
Otro que se puede visitar, tanto de día como de noche, es La Feliz, un bar charcuterie bastante acogedor y ondero, donde predomina el color rosa y que posee una estética inspirada en la Francia de los ‘20. Su variada carta ofrece coctelería de autor, además de los clásicos, y buenas preparaciones que sirven de picoteo.
Lo que sí hay que tener presente es que no se puede entender del todo Mendoza sin comprender y gozar de su comida y cómo el argentino disfruta de ella. Por algo fue nombrada como Capital Iberoamericana de la Armonía Gastronómica Protagonista del Vino, según la Academia Iberoamericana de Gastronomía, algo que se siente en cada cuadra de esta encantadora ciudad. ☆ LO.
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